Cuesta un poco imaginar la vida sin internet y sin televisión, pero
en la Ghana de los años 80 la televisión no llegaba a todo el territorio
y casi nadie tenía (ni soñaba con tener) un reproductor de vídeo. Esto
facilitó la creación de una pequeña industria de la distribución y
exhibición de películas completamente artesanal y clandestina de
espaldas a las productoras de cine.
Estos pequeños ‘cines’ ambulantes, que tenían nombres tan pomposos
como Rolls Royce Video, Pall Mall Video o 007 Video, viajaban de pueblo
en pueblo en una furgoneta equipada con una televisión, un reproductor
de vídeo y algunas cintas en las que se mezclaban grandes éxitos de
taquilla con pelis de la serie Z más rabiosa provenientes de la India,
Nigeria o China.
Las condiciones en los pueblos solían ser tan precarias que estos
emprendedores se veían obligados a llevar también un pequeño generador
portátil para no depender de las deficientes redes eléctricas. Las
proyecciones se organizaban por el día en clubes sociales y al aire
libre durante la noche.
Para atraer más público, los exhibidores clandestinos decidieron
comenzar a hacer publicidad de sus sesiones. Ante la imposibilidad de
conseguir carteles oficiales de las productoras, optaron por contratar a
artistas locales para que pintaran grandes carteles, habitualmente al
óleo. “Los artistas solían utilizar como soporte la parte interior de
los sacos de harina, que proporcionaban un tamaño perfecto para este
cometido, habitualmente 100 x 150 cm”, según el holandés Frans van Lier,
periodista, coleccionista y experto en el tema, que ha organizado
varias exposiciones de estos póster.
“Solían ser gente que, antes de la fiebre de los videoclubs
ambulantes, se ganaban la vida como pintores publicitarios, lo que en la
Ghana de los 60 y los 70 significaba hacer un cartel para una
peluquería o cualquier otro negocio local. La llegada de los videoclubs
les proporcionó no solo más trabajo, sino también una libertad creativa
de la que nunca antes habían disfrutado (en especial en lo relativo al
sexo y las imágenes violentas), ya que aunque en ocasiones simplemente
copiaban la portada del vídeo, en otras ocasiones intentaban reflejar su
propia interpretación de la película”.
Antes de pintar el cartel el artista solía ver la película, aunque en
algunos casos simplemente se la contaban a grandes rasgos. Como
artistas publicitarios que eran, intentaban que la película fuera lo más
atractiva posible y dibujar un monstruo terrible, un superhéroe o una
chica ligera de ropa eran garantía de una larga cola en taquilla.
“Los artistas”, prosigue Frans, “solían firmar contratos de
exclusividad con los videoclubs. Es por eso que su identidad es difícil
de rastrear, ya que además en muchas ocasiones utilizaban pseudónimos
tan llenos de color como sus pinturas: Bab’s Art, Ali, Leonardo,
Salvation, Dallas, Heavy J o Kwesi Blue (que solía firmar como Mr. Brew
Art o como T-BrewArt)”.
A mediados de los años 90, con la llegada masiva de aparatos de vídeo
y el mayor alcance de la televisión, el negocio del cine ambulante
comenzó a declinar en Ghana. Con la reducción de los beneficios, terminó
la fabricación artesanal de carteles.
“Durante un periodo de tiempo, dos culturas muy diferentes se
combinaron: el cine moderno (sobre todo de acción y terror) y la pintura
tradicional africana. Esto produjo cientos de obras que de otra forma
nunca habrían existido. “Creo que este arte representa un humilde
reflejo de los vanguardistas europeos como Picasso o Braque, que en los
primeros años del siglo XX se inspiraron en las máscaras africanas para
crear sus obras. En este caso, los pintores africanos se inspiraron en
la cultura popular occidental para crear las suyas, traduciéndola a su
forma de expresión”, reflexiona Frans.
Fuente y más posters aquí: http://www.yorokobu.es/cartelesghana/